Se añoraban los empates cuando se perdía por sistema y ahora que se ha conseguido lo más difícil, trabar los partidos hasta el bostezo y aburrir al personal a pelotazos largos y juego aereo tengo la sensación que lo que nos jode es precisamente eso, habernos convertido en uno más que comparte con la mayoría esas cualidades ahora que, por fin, parece que ya las tenemos. En la época de Novoa en los ochenta los empates caían como churros. Costaba un guebo meter un gol a aquél equipo. No hubiera sido justo, es verdad, someter a prueba a la defensa del año pasado ni preguntarse qué hubiera pasado si con menos osadia y un poco más de conformismo nos hubieramos tomado entonces la segunda vuelta con más calma. Posiblemente se hubiera palmado. Casi seguro. Pero este año tenemos dos tíos en el centro de la defensa que la rompen, un portero de garantías y un medio-centro que corre por tres, o sea, los mimbres justos para armar un bostezo de campeonato en casi cualquier campo y aparcar esa valentía para los días en los que el viento sople justo desde el sentido contrario.
Ayer se jugó bastante mal. El Sporting ha renunciado a disputar los partidos en el centro del campo y ha convertido las combinaciones entre dos o más jugadores en preciosismos innecesarios. Se defendió con orden y se dosificaron los esfuerzos. Bastante menos que lo que hace el Barca de Guardiola o hace años el Milan de Sacchi. Pero bastante más que la mayoría y suficiente para sacar las cuentas que dicen que así, punto a punto, dame alguno más de éstos, seguiremos en primera.
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