Hay que hacer un esfuerzo enorme para no imaginarse al Levante luchando por evitar el descenso. Por llegar a la última jornada con posibilidades. Un equipo muy malo, de verdad. De esos que da coraje ver jugar. Y que además tiene un entrenador de la nueva escuela, un tío muy joven, cuyas declaraciones, como a tantos otros presos del mismo problema, le retratan como un profesional del asunto, como tantos, al que tampoco le gusta hablar mal al finalizar los partidos de los arbitros. Pues eso, que muy malos. Xavi Torres y Xisco Nadal repartiendo y Ruben y Caicedo, a verlas venir, como los perros que en las cacerías se matan persiguendo la liebre. La segunda parte de la ecuación, despejada la equis, está muy clara. Lo que nos queda a nosotros, incapaces de superar a este ejercito de zapadores, habla de un camino duro. Para echarse a temblar. En la primera parte conté media docena desmarques. De las Cuevas y Sangoy siguen desaparecidos. La gente pedía centrocampista y todos nos enteramos de que estabamos jugando con cinco por la megafonía del campo pero no por el sistema o la presencia en el juego, que durante cuarenta y cinco minutos evidenciaron lo contrario. Luego vinó el arreón y los golpes de efecto de las historias que siempre se resuelven de esta forma. La mala suerte, el fallo defensivo y el gol inesperado y la épica inconclusa.
La gente esperaba la reacción o el desguace. Nadie estaba preparado el domingo para la alternativa que entonces nos propusieron las circunstancias. Nadie habla ya de ganar. Salíamos del campo con cara de tontos. Como si nos estuvieramos preparando para comenzar a perder lentamente, canta Nacho Vegas, entre la pena y la nada, escogí el dolor.
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