lunes, 20 de diciembre de 2010

ESOS ABRAZOS ROTOS.
De esto se trataba. De convertir cada partido en una tragedia y de montarla bien gorda. No se podía escoger un camino más sencillo porque hubiera sido (lo hubiera dicho él en alguna rueda de prensa, seguro) traicionarse a uno mismo. Me vienen a cabeza lo del ultimatum o el plebiscito. Y en ésas nos movemos. Retrasar la decisión del consejo importa una mierda. Posiblemente porque su decisión no es la solución a nada sino una consecuencia. De donde hemos terminado. Y nadie espera que Pepín vaya a sacarnos de ésta o que los refuerzos de invierno sea los que se cascó el año pasado el Zaragoza. Hablan de regalar a José Angel y reforzar, doble salto mortal, a un rival directo. El sábado se preparó cuidadosamente la manera de dar ventaja al Deportivo. Media hora sin el balón y una cagada de Juan Pablo obligaron a remar todo el partido y a que la última media hora se recuperaran el dramatismo de Valladolid, a por ellos, y cosas por el estilo. El abrazo final está muy bien. Significa que Diego Castro comulga con el entrenador. Habrá que esperar a que vayan afinando la puntería todos los demás y los goles no lleguen demasiado tarde.

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