martes, 23 de noviembre de 2010

UNA HISTORIA DE PAMPLONA.
Pronto empiezan los agobios. Porque la realidad es ésta y es muy puta. Que para ganar un partido tenemos que conjurarnos todos como si se acabara el mundo y bajar a El Molinón al espíritu de Joaquín, Ciriaco y todos los santos. Y en cambio cuesta tan poco perderlo o hacer que regalar un punto parezca un accidente que da grima. Sólo de pensarlo me duelen los recuerdos. Un melón a Massoud y ya está. Se acabo el tema. Soy incapaz de asumir que la explicación del asunto sea tan simple y que no tenga que ver ni con el calendario ni con Mourinho. Esta vez fue una contragolpe el que nos pilló a todos en bragas. La otra era el balón parado. Y la semana que viene alguien dirá que el jabulani es una mierda y que no nos conseguimos acostumbrar a él. La acumulación de excusas (cuando ya son varias y no tienen mucho que ver entre sí) pasa de llamarse de esa manera y recibe el nombre de conspiración cósmica organizada. Nunca se falla en detalles puntuales. Los detalles nimios, esos que siempre (mierda!) deciden, sólo nos lo parecen a nosotros. Cada uno da la importancia que quiere a defender una jugada de estrategia o a rasear el balón o colgarla a la olla. Pareciera que no entrenamos por semana.

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