lunes, 18 de octubre de 2010

POR EL CAMBIO.
Todocristo habla de transformación. Los más sofisticados recurren a eso de la metamorfosis, que nunca se sabe bien lo que es ni a lo que sabe, pero parece pensado en casos como éste para explicar los fenómenos que regularmente nos azotan. Que como todo lo que suele rodear al Sporting parece inexplicable. De otra liga. Porque no cabe otra razón que la intensidad o el ánimo para encontrar la diferencia entre este equipo y el que se arrastro en la primera parte por La Romareda. Hay que dejarse de tonterías. Posiblemente no se les puede exigir siempre este juego. El ritmo de la primera parte reventó al Sevilla, que venía de disputar dos partidos de solteros contra casados y estuvo siempre a remolque de lo que decidieran Diego Castro o De las Cuevas, corriendo detrás de nuestra iniciativa. Pero hay calidad, coño. Se nota que la hay. Este equipo no es el del ascenso o el que logró milagrosamente la permanencia y tal vez sea (como siempre) una simple cuestión de exigencia la que termine mandándonos a la lucha por el descenso o a una zona más tranquila.

Ayer hubo dos golazos. Se ganó por más de uno de diferencia. Y para romper esa inercia racana de otras veces, se pudieron marcar incluso más. El centro del campo jugó a lo que se espera. El organizador organizó y el centro de contención se las peló corriendo detrás de Romaric y Renato, que parecían cansados y se aburrieron de verlas venir. Sangoy reivindicó su lugar en el equipo titular y la noche se cerró con la esperanza de que podamos ver alguna más de éstas. Hacía mucho, la verdad.

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