No me acuerdo de lo que hice ayer. Y en cambio no me olvido de lo que me hicieron pasar hace unos meses. Lo bueno. Los pases al hueco, la presión en tres cuartos, la anticipación. Las pifias y los disparos al aire. Eso también. En algunos momentos de la temporada el centro del campo del Sporting jugaba raro, tira a ver si me pegas, decían por allí, como algo parecido a eso del balón-prisionero. Se trataba de no rascar bola, interferir en el juego lo menos posible y que los pitos y los aplausos se los llevaran otros. Ni se siente ni traspasa.
El centro del campo.
Rivera.Un temporadón. La gente pidió su internacionalidad. Nos dolían las palmas al terminar los partidos. Su bajón físico coincidió en el tiempo con el de todos y su responsabilidad aglutino innecesariamente más errores de los que el tío se merecía. Corrió lo que sus cuatro acompañantes caminaron en el doble de tiempo. Y casi siempre, con sentido. El mejor, claro (8).
Diego Castro.
Sin término medio. Se le perdonan sus tardes a la sombra por esas otras de gloria, en las que nos regaló catorce puntos. Casi nada, vaya. Sus problemas comenzaron cuando se le pidió ayudar en ataque, frenar la banda rival y colaborar en la organización del juego y echar una mano en la lavandería. Acabó fundido (como todos) y con síntomas incipientes del pelígroso síndrome de nueva estrella. (7)
Michel.
Ya está casi todo dicho. Jugó bien tres partidos y medio. Eso sí, muy buenos. Le traspasaron por 3 millones y pico y a las dos semanas, no hizo falta mucho para darse cuenta, entre todos (y cuando digo todos, es que fuimos eso, todos) le hicimos santo. La peña viajaba de peregrinación a Birminghan y algunos se dejaban tocar la cabeza y le pedían al oido, o sentados en su regazo, deseos imposibles. (6,5)
Matabuena.
Un desastre. Se dejó las medidas del campo olvidadas en la pretemporada. Una maquina de imprecisión. (3)
Camacho.
Juro que a este tío le vi jugar el año pasado de puta madre varias veces. Perdió los nervios bastantes veces. La gente, es la verdad, la tomó con él. Otro que tuvo partidos muy malos. Apenas cogió el ritmo al terminar la temporada. Pedía minutos, un lujo en esta situación. Pero no dio el nivel cuando hizo falta porque ni su actitud ni su juego se acomodaron nunca a lo que se le pedía y no pudo, por lo que fuera, ofrecer. (4)
Lola.
Inédito. Lo tenía todo para despuntar. Cuando llegó a Gijón, ya no era el hueco de Michel el que tenía que cubrir. Eran Matabuena, Camacho y Portilla los que demandaban la suplencia. Le recuerdo dos robos en la primera parte contra Osasuna. Nos conformábamos con poco. Saca la calculadora y mira a ver a cuánto sale cada uno. (3)
Portilla.
Participó del sainete en Almería. Mostró buenas maneras contra el Barca (ese partido en el que lo de dejarse la piel es lo menos que se le puede pedir a un chaval que empieza y a la vez, mira qué suerte, a tododios le parece suficiente). Y ofreció contra el Valencia un buen complemento a Rivera, cerrando huecos y dando apoyos cortos en la salida del balón. Margen esperanzado de mejora. (5)
Pedro.
No tuvo continuidad ni presencia ni reclamó protagonismo ni nada de nada de nada. Lo vimos a los dos partidos. Su papel era otro. Parecía estudiado. El de blanco fácil sobre el que practicar a gusto el tiro al muñeco. (3)
Buen análisis. Espero que unos y otros hayamos aprendido la lección y volvamos a tocar la sala de máquinas en medio de una temporada.
ResponderEliminarSaludos.